jueves, 1 de julio de 2010

8 -

Y lo peor de todo, es que ella sabía la respuesta. Ella siempre supo que el tiempo le pertenecía, aún cuando iba a destiempo.
Pero su corazón no sabía nada, y ya hasta de su nombre se había olvidado. Es por eso que su cabeza empezó a revolucionar su vida. Tal fue el punto, que pasó a ser protagonista de cada historia que solía contar. (Le encantaba contar historias que se inventaba, o que quería creer que eran inventadas)
Siempre jugó con las letras. Le encantaba armar palabras, y con las palabras hacer oraciones, y con las oraciones formar un cuento. Y con los cuentos... simplemente le gustaba contarlos, o leerlos, o mostrarlos. Pero nunca volver a repetirlos. Siempre cambió las figuritas repetidas, porque esas, no eran de las que llenaban el albúm.
Para su asombro, el tiempo la sorprendió. No era lo que ella pensaba, ni lo que creía, ni lo que mucho menos le habían comentado sobre él. El tiempo era una equis en su ecuación, y un sujeto tácito en cada oración. El tiempo era, quién sabe qué.
Sin embargo, el no saber, era lo que más le llamaba la atención. Acostumbrada siempre a saber todo, de repente no saber nada, la volvía loca. ¿A quién el tiempo no lo vuelve loco, al menos una vez?
Parecía hasta tener una cierta obsesión. ¡Había personificado al tiempo! No lo había hecho a su forma, pero si se había acostumbrado a lidiar con él, a convivir, y hasta a reír. Se había acostumbrado a tener tiempo, y éste, parecía haberse acostumbrado a ella. (La personificación fue muy buena, el tiempo de repente, era una persona)
Qué loco, ¿no? Descubrió que podía hacer muchísimas cosas al tener tiempo...
Entre ellas, se dio cuenta, de que podía amar.

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