martes, 22 de junio de 2010

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Irónicamente, ahora se siente más muerta que viva.
Vivir no es respirar. Si vamos al caso, respirar es fácil, y vivir es ¡tan difícil!.
Y sus pulmones, tan llenos de humo, están tan vacíos. No tiene ganas de respirar. Pero tiene que.
Llega un momento en que la cabeza da tantas vueltas, que suele preguntarse qué era lo divertido de subirse a la calesita de pequeña. Dar vueltas y vueltas y vueltas, ¿esperando qué? Agarrar un anillo.
De chiquita tuvo la suerte de agarrar uno. Uno que con el tiempo, se fue poniendo viejo, y se fue oxidando. (Esos anillos eran de tan mala calidad, que todavía se pregunta con qué los fabricaban, de qué estaban hechos)
Y de grande, también logró tener su anillo. Pero éste, era un anillo de compromiso. Uno de esos que no se ponen viejos, no se oxidan, no se rompen, ni se pierden, ni se olvidan.
Uno de esos, que es como un tatuaje:
se lleva por y para siempre.

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