martes, 26 de octubre de 2010

23

Desorientada, vuelvo a abrir mis ojos una vez más. Éstos parecen estar contra mi voluntad, enceguecidos por un destello que viene de quién sabe dónde.
Me miro al espejo y en su reflejo veo una mano con un cigarro a medio encender, una cara destruída tratando de reconstruirse para ir a laburar, y una voz quebrada de ¿gritos? ¿alcohol?.
Doy media vuelta hacia donde me queda más cómodo, y el medio giro me da la pauta de que mi cabeza está a punto de estallar, y que mi resaca lleva tu nombre. Solo ahí logro entender, sin querer, que intenté ahogarte entre copas, cigarros y quizás lágrimas. Y es ahí también donde consigo insultarte hasta con la última palabra que tengo ganas de decir. Nuevamente quiero ahogarte entre olvidos, gritos, recuerdos y frustraciones.
Pero mis ojos vuelven a enceguecerse, quitándome cualquier tipo de posibilidad alguna.
Me preparo un café fuerte para intentar disimular un poco las ganas de matarte, y dejo entre puntos suspensivos un crimen de cabeza que no se pudo cometer. Aunque de todas formas me siento presa, encerrada en tu pesadilla que en realidad es mía, en tus sueños que eran míos, en tu boca que ya no sé de quién es.
Doy un sorbo y una pitada, y escupo sangre. Y la sangre coagulada está mezclada con recuerdos que ya no recuerdan, con horas que ya no pasan, con lágrimas que no cesan.
La piel se me pone de gallina, y las venas de mis manos parecen explotar. Tengo ira, furia. Pero me dejo tranquilizar por una figura extraña que consta de dos lágrimas al revés.
Para mi, son dos lágrimas; para todos, se llama corazón.

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