miércoles, 19 de agosto de 2009

Compañeros de hotel -

Cama vacía e incompleta.
Sueños pausados, un tanto inconclusos.
Almas dormidas, ojos abiertos
insomnio acechante,
un café, un estornudo.
El fuego enciende un cigarro,
éste se consume como las horas de sueño;
como la vida a través de los años.
Y la noche, cruel embustera de recuerdos,
le hace un lugar en la mesa a la soledad
que sin dudarlo ni titubear,
escupe realidades traicioneras;
sentada en la punta de aquella mesa,
haciendo notar su presencia, marcando su lugar.
Y ella, que sólo se alimenta de tristezas y de miedos,
grita “¡buen provecho!”, y se va.
Y el estómago se me cierra de inmediato,
en su ausencia el apetito no existe.
Veamos, tanto ella como yo,
nos alimentamos de lo mismo.
Fueron muchos los años que estuvo dentro mío,
que me acostumbré a su rutina, a su accionar.
Era un mundo dentro de otro mundo,
era ella dentro de mi, o yo dentro de ella.
Ni una nota, ni un papel,
pegó media vuelta y simplemente se fue.
¿Con quién me quedo ahora sin la soledad?
Toc toc, se escucha en la puerta.
“Soy el amor, vine a hacerte compañía”
¡Qué suerte la mía!
Mira con quién vengo a compartir un cuarto de hotel.
Y el conserje, cargando sus maletas dijo:


“Hasta hace un momento tu mejor compañera fue la soledad.
Compartiste días y noches con ella, incluso años.
Ahora le abriste la puerta al amor, y éste también puede hacerte daño.
Pero tu cama no era para usarla con la soledad,
tu cama ahora, es para dormir con el amor”

No hay comentarios:

Publicar un comentario