viernes, 10 de septiembre de 2010

-

Un día cualquiera, te regalé un papel. Una hoja en blanco, que no era nada más ni nada menos, que renglones vacíos. Pero era perfecta, aunque estuviera incompleta, o sin nada. Era pura.
Sin darte cuenta, fuiste llenando esos renglones: con te amo's, te quiero's, te extraño's, entre otras cosas. Fuiste narrando nuestra historia en una simple hoja de papel. Porque nuestro amor era simple. Nuestro amor era blanco, transparente, perfecto.
Esa hoja no te alcanzó, me dijiste. No te alcanzaba un papel para expresar lo que sentías por mi, lo mucho que me querías y amabas, lo que me extrañabas. Entonces busqué otra hoja.
Una en la que ahora pudieras tener más espacio para escribir, para narrar, para sentir. Pero sabía que iba a ser insuficiente una hoja más, como ya había pasado. Entonces le di un toque especial. Casi invisible (o invisible) porque no pudiste verlo. Dentro de la hoja, estaba dibujado un corazón chiquito, frágil, pero bueno y lindo. Había un corazón que estaba plasmado en un papel, pero que no se veía. Para verlo, había que prestar muchísima atención al detalle de su forma, su color, su transparencia. Y cuando escribieras, ese papel, nunca iba a ser insuficiente, porque siempre ibas a tener lugar para escribir dentro de mi corazón. Era una linda hoja, única. Porque no hay otra que se le parezca siquiera.
Es una lástima, que el dolor haya hecho que tires esa hoja.
Porque jamás viste que mi corazón estaba en ella.
O quizás nunca te diste cuenta de que era más que una hoja.
Era mi corazón lo que te estaba regalando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario